La Brava de Areco

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La Brava de Areco

 

No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando),

ya te dije que el mundo es incontable”.

Mario Benedetti

 

  

LA BRAVA DE ARECO

 

 

Roderick David Stewart, desde lejos, le cantó un día:

 

 “Que el buen señor te acompañe, en cualquier camino en que te encuentres. Y que la luz y la felicidad te rodeen cuando estés lejos del hogar…  Por siempre joven, for ever young” 

                                          

 

 

 

NEW YORK CITY.  Miércoles 25 de septiembre de 2013. The Great White Way. Los carteles de neón trepaban por los edificios como escaleras multicolores al cielo.  El asfalto soportaba el tránsito interrumpido. La gente entretenida no se miraba a los ojos.  El sol testigo oculto.  Los lugareños ninguneaban a los famosos.  Los turistas fantaseaban con encontrarlos por casualidad. Las casas de alta costura esperaban el consumo masivo.  Cosas a cambio de dólares. Todo tenía su precio, o casi todo…

 

Por ahí caminaba Leticia.  Pollera beige al cuerpo, camisa liviana verde esmeralda, cartera al hombro y anteojos Jacky, de Ray Ban.  Perfume importado. Sus pies cansados estrenaban unos Michael Kors.  Con las manos sostenía bolsas con regalos que llevaría a Argentina. Con su estirpe irlandesa y una postura perfecta, se movía por Manhattan como pez en el agua. Atlética de cuerpo y curiosa de alma.  El inglés perfecto y los tantos viajes por el mundo, le daban la seguridad necesaria. 

 

En su estadía había recorrido todos los rincones de la ciudad, incluso cada terraza.  La velocidad con la que sucedían los hechos la afectaba tanto como su simultaneidad.

 

Cayendo la tarde, se permitió un descanso en un bar para escuchar jazz. 

 

Ese destino, bien elegido, era la antítesis del lugar donde se había criado.  Estaba tan lejano como su infancia añorada.  8.477 kilómetros de distancia la separaban del campo “La Gloria” de SAN ANTONIO DE ARECO.  Sí, la del río. La capital de las costumbres criollas, de los gauchos, de anticuarios, pulperías, carruajes y plateros.  

 

En ese mágico pasado, de tierra adentro, percibía en el aire el olor del monte de eucaliptos que cortinaba el lado más ventoso. Escuchaba los sonidos bien definidos: el de las ramas y los sembrados que se movían por las ráfagas, el de algún motor encendido por el gas oil, el cacareo de las gallinas, el de la puerta mosquitero que se cerraba, el quejido de las ruedas de la carretilla del viejo, el del agua que rebalsaba del molino, el llamado de su madre a comer, el de los pasos y hasta el de los suspiros, algunos quejosos por llevar un maletín pesado hasta la escuela rural y otros de placer por alcanzar la fresca del árbol preferido.

 

Las andanzas de niña, a diferencia de las de ese otoño nombrado, eran otras.  Saltaba la tranquera, “la de la lejos”, como la llamaba.  Descalza corría carreras por las huellas del camino de entrada, con chorizos de barro entre los dedos del pie. Agitaba sus brazos velozmente para ganarle al viento que, de frente, enlaciaba sus rulos dorados y alivianaba el ardor del sol en su piel. Escoltada por seis hermanos y tres perros, llegaba raudamente a la casa para escuchar la música que transmitía, por ondas de aire, alguna radio de frecuencia modulada.  Era la hora de luz eléctrica permitida al día. De todos, un intérprete inglés era su preferido. Lo adoraba.  Escribía las canciones como sonaban, para aprenderse la letra y luego cantarlas.

 

En “La gloria” nada era inmediato. Tenía tiempo para prever lo que seguía, de pensar la próxima acción.  La lentitud enfatizaba los sentidos.  Escuchar, Ver, Oír.  Sentir, Soñar, Vivir… Si algo le sobraba era paz, la de afuera y la de adentro.

 

Llegando a la adultez, las vueltas de la vida la apostaron en Buenos Aires.  Consiguió un trabajo digno que le permitió darse algunos gustos: Techo, ropa y comida.  Y por sobre todo, satisfacer su único vicio: viajar, viajar y viajar…

 

¡La Leti anda por Norteamérica! _ contaba don José, su papá orgulloso, a los vecinos. 

 

Faltando un día para regresar, lejos de sus pagos en la gran manzana, ella casi se había convertido en una neoyorkina más…

 

Emprendió el regreso hasta el hotel boutique donde estaba alojada.   Necesitaba descansar un poco.  Bajar un cambio.   Así y todo, esta Sarah Key remixada caminaba elegante. Iba compenetrada en sus pensamientos, haciendo un recuento de lo pasado y lo pendiente.  Esa abstracción traicionera le jugó una mala pisada.  ¡Siiii!  Una mala pisada.  No le permitió ver la elevación tramposa que asomaba en la vereda, que traicionera trabó su taco, el derecho. 

 

Fue aguerrido el tirón que la sacudió quitándole el equilibrio, destartalándola para todos lados.  Como en cámara lenta las luces de neón amenguaron su centelleo, los sonidos de los autos se callaron, el murmullo desapareció y el escenario callejero se transformó en una pista, no precisamente de baile... Empezó a revolear los brazos por el aire como queriendo domar a un potro salvaje. Con la melena descontrolada, acompañaba el movimiento de las bolsas que salieron eyectadas.

 

A punto de aterrizar estaba, con los flaps en posición, cuando sintió que alguien la sostenía y la levantaba como una grúa del brazo, evitándole el papelón de caer con toda su existencia desparramada sobre el duro suelo.  ¡No era Spiderman!

 

Era un hombre muy loockeado.  Peinado a la bartola y teñido rubio claro.  Tenía una cadena dorada al cuello y asomada una camisa blanca debajo de un blazer gris.  Sujetaba su hombría un pantalón chupín. ¡Se parecía muchísimo al cantante del poster que conservaba en su baúl!  ¡No podía ser!  Fijó mejor su vista en él. ¡Y sí, estaba viendo bien!  ¡No lo podía creer!   Roderick David “ROD” STEWART, su preferido del campo, el inglés que le cantó un día, estaba parado pegadito frente a ella.  En persona, en vivo y en directo. 

 

Tragó saliva.  Sonrió nerviosa varias veces.  Sintió la sangre correr por cada vena de su cuerpo.  La vergüenza le subió como escalofrío desde el dedo gordo del pie hasta el último de sus pelos. 

 

Como en una encrucijada, la Porteña en Nueva York y la Paisana de Areco, no supo qué hacer en ese momento: 

a) Agradecerle educadamente, ó

b) Contarle su admiración...Chantarle un beso… Abrazarlo como un oso…Sacarle un autógrafo (para llevarle a sus hermanas)…o tomarse ambos una foto para twitearla...   

 

I´m dreaming, I´m dreaming… pensaba.

 

Tomó aire. Lo exhaló. Sacudió sus hombros y acomodó su presencia. Él, aún, a su lado la miraba. Ella lo apuntó con sus ojos azules y moviendo suavemente sus labios, le agradeció el gesto con un tibio THANK YOU… Acto seguido, orientaron sus humanidades en direcciones opuestas y cada uno siguió su camino.

 

Anestesiada por el shock, avanzó varios metros.  Una campana sonó en su alma y le despertó el instinto salvaje de sus entrañas…  ¡Si se sabía de memoria todavía todos sus temas y había dedicado horas al estudio de su vida y obra!  Debía tomar el toro por las astas.   La ocasión lo ameritaba. Se detuvo.

 

La Leti de Areco giró su cuerpo como un tornado, de los bravos.  Se descalzó en la quinta avenida y zapatos en mano, tomó envión con su pecho hacia adelante y agitando los brazos: corrió… corrió… corrió como lo hacía en el camino de entrada al campo…en la gloria… con todas sus fuerzas…

 

Lo divisó a lo lejos. Y dando rienda suelta a los deseos de su auténtico corazón, le gritó:

 

RRRoooooooooDDD!!!!!!

 

Cosas que pasan… 

 

 

 

Descubrir y explorar lugares a menudo nos permite redescubrirnos y encontrarnos nuevamente con lo que un día fuimos…

 

 

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Comentarios: 3
  • #1

    Roberto Morales (viernes, 10 enero 2014 23:05)

    que Buen relato ! me intereso conocer San Antonio de Areco ! pronto estaremos alli !!

  • #2

    Marta Scicovich (jueves, 16 enero 2014 17:33)

    Maravilloso Relato !

  • #3

    Graciela (sábado, 22 febrero 2014 20:33)

    Muy original este relato,a veces las cosas suceden porque tienen que suceder,el último párrafo imperdible,excelente!!!!!!!!!me la puedo imaginar corriendo detrás del genio Rod!!!!!!!!!!!

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