“No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando),
ya te dije que el mundo es incontable”.
Mario Benedetti
Prendo la tele.
Según cuentan las noticias, durante el mes de abril de 2014 Santiago del Estero y sus termas acogerán a personas de distintos países dispuestas a disfrutar y participar del gran show que, desde el fin del mundo, los campeones del motociclismo mundial darán (MOTO GP).
Los turistas navegarán en la web por distintos portales para conseguir los traslados aéreos y terrestres, habitaciones comunes o en suite, la mejor ubicación para ver la carrera…
Servicios que contratarán en un solo click.
Faltan varios meses todavía; la capacidad hotelera de la zona ya está cubierta en su totalidad para alojar a los Equipos de Competición. Los precios se disparan por la alta demanda. Los lugareños se preparan para la gran recepción.
Conocí esas tierras. Me resulta inevitable la comparación de este presente con aquel pasado, tan distinto.
Viajo en el tiempo con el cuerpo, la mente y el alma… Revivo.
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Por ese entonces, tenía 7 años y mi visita a esa provincia era consecuencia directa de la siembra del zapallo, negocio en el cual mi aventurero padre quiso incursionar…
El viento norte, seco y caluroso, aterrizaba en la Ruta Nacional 34. Llamaradas en forma de ráfagas cepillaban la piel que me protegía del tremendo sol. La tierra sedienta se cuarteaba para abrir paso a la no tan dulce espera de la lluvia, que como una novia de antaño, se hacía desear… La noche también.
Unos cuantos kilómetros hicimos para dejar atrás las luces de la pequeña ciudad de Añatuya, cuna del famoso autor de tangos Homero Mansi (“Malena” “Milonga Sentimental” “Sur”) y que resultó ser ese día el poblado más cercano a nuestro destino.
El camino de acceso al campo era muy oscuro. Llegamos.
Si tuviese que resumir mi estancia en esos pagos, podría hacerlo con 4 palabras: CAMA, TECHO, MONTE, SEGUNDO (No importa el orden).
El rancho estaba bien ordenado, era amplio y prolijo. La CAMA que me había tocado en suerte tenía las patas altísimas y eran de una madera fuerte y robusta. Me sentía pequeña y mis piernas, al sentarme en ella, quedaban colgando. Distaba de la que había dejado en mi pueblo natal del norte santafesino que por momentos extrañaba. Me hacía recordar esas noches en las que estaba con mucha fiebre y la dimensión de las cosas se alteraba en mi mente.
El piso de tierra no llamó tanto mi atención en ese momento, quizás porque era compacto o por haber sido común en otras viviendas que ya conocía.
El TECHO sí. Era como una cumbre construida con paja apelmazada, como los actuales y modernos quinchos (estilo country pero del auténtico). Me explicaron que las alturas exageradas eran para aislar a los humanos (o sea a nosotros) de los peligros de los animales sueltos, como por ejemplo algún reptil (las innombrables). Evidentemente me sentí segura con esta explicación, porque dormí toda la noche, cosa que ahora sin dudas no podría hacer.
Con la luz de la fresca empecé a disfrutar de este paisaje nuevo para mí. Entrada la mañana, llegó un chico al lugar.
Él es SEGUNDO, vecino nuestro. Tiene tu misma edad _ me dijeron. Su mirada profunda y brillante contrastaba con la opacidad de su piel. Lo miré de par a par. Al cabo de un rato, me invitó hasta su casa para que conociera a su mamá. Quedaba a diez minutos de a pie. Acepté.
El camino andariego se metía en el MONTE. Lo caracterizaba el color verde amarronado, parecía falto de limpieza o de una ducha rápida. Quebrachos, algarrobos, chañares y espinillos de todos los grosores formaban cortinas que cobijaban zorrinos, liebres, zorros, vizcachas y gatos monteses, entre otros. La frescura húmeda del ambiente era inversamente proporcional a la sequía agobiante que se percibía en su salida.
Cuando llegamos, me la presentó. Argentina se llamaba. Tejía en telar con lanas de colores brillantes. Cruzaba miles de hilos hasta obtener, después de varios meses, unas mantas con un nivel de detalle y prolijidad que asombrarían al diseñador más reconocido de la Quinta Avenida. Era un trabajo bien compuesto para alguien tan simple que decidió poner de nombre a sus ocho hijos el orden con el que llegaron al mundo.
Con mi amigo fuimos y vinimos de un lado a otro, sin detenernos. En cada recorrido atravesábamos la espesa maraña verde, escenario de las tantas historias y leyendas santiagueñas, que él me contaba y yo, obnubilada, escuchaba.
Ante mi partida no hubo despedida, como si no hiciera falta…
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A veces me pregunto qué habrá hecho SEGUNDO de su vida… Qué le habrá deparado la suerte. Quizás los caprichos del destino quisieron que esté formando parte de algún eslabón de la organización del esperado evento internacional. Ojalá.
Hoy que pasaron más de 30 años, guardo en un lugar especial del corazón los días allí vividos: LA HOSPITALIDAD EXTREMA Y LA SIMPLEZA DE SU GENTE.
Es que de nada nos sirve que el camino se haga camino al andar (cualquiera sea el recorrido o los medios para llegar), si con cada paso que damos no se engrandece nuestra alma con los recuerdos que en ella atesoramos.
Gracias Santiago.
Columna "María de Viaje"
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angel (domingo, 17 noviembre 2013 07:06)
bueno ,,es una historia real de la cual doy fe
Fabián (domingo, 17 noviembre 2013 07:51)
Descripción exacta del norte de nuestro país...que aún viven hoy de esa manera..un beso grande María..tkm
carina (jueves, 09 enero 2014 22:27)
Me encantan tus historias de viajes !!!
Estela Manfredi (viernes, 10 enero 2014 23:07)
Que linda historia !! nos hace viajar ! Gracias TTV !
roxana bertolino (sábado, 11 enero 2014 20:06)
ay maria!!!! cuanta claridad y sabiduria para describir la esencia del santiagueño. gracias por tan hermosa descripcion